«La emergencia climática es una carrera que estamos perdiendo, pero es una carrera que podemos ganar. La crisis climática está causada por nosotros y las soluciones deben venir de nosotros. Tenemos las herramientas: la tecnología está de nuestro lado». Antonio Guterres, Secretario General de Naciones Unidas
El próximo 24 de octubre se conmemora el Día Internacional contra el Cambio climático y por este motivo aprovechamos este momento para evaluar cómo afecta esta problemática a la biodiversidad y la salud.
Es un hecho innegable que el cambio climático ha llegado para quedarse, sus efectos ya son evidentes y lo que la humanidad puede hacer a partir de ahora no es otra cosa que contener sus embates de maneras muy diversas sin olvidar el daño hecho. Es una carrera contra el tiempo, el de nuestro planeta que no es otro que las personas que lo habitan.
Apuntando las amenazas a las que se enfrenta el medio natural, el Convenio sobre la Diversidad Biológica de Naciones Unidas ha publicado el borrador del Marco Mundial para la Gestión de la Naturaleza donde se establece un plan para proteger al menos el 30% de las zonas terrestres y marítimas del mundo, con el fin de reducir a la mitad la pérdida de nutrientes en el medio ambiente y eliminar los residuos plásticos. Tanto el Convenio como su Marco ponen como fecha límite el año 2050, para frenar y revertir la destrucción ecológica de la Tierra para el final de la década, siendo este un compromiso que todos los gobiernos deben firmar. Entre los objetivos de este plan figura ampliar los ecosistemas en un 15% para mantener poblaciones sanas y resistentes de todas las especies y reducir el número de especies en extinción en una décima parte. Pero antes, para 2030, se pretende salvaguardar el 90% de la diversidad genética de las especies silvestres y domesticadas.
Invertir ahora salva vidas
Según distintas estimaciones de organizaciones dedicadas al estudio estadístico de la Salud, se superarán las 250,000 muertes adicionales por año en las próximas décadas como resultado del cambio climático, la mayoría relacionadas mayormente con el estrés térmico por calor, desnutrición, y enfermedades virales como el dengue y la malaria.
Para revertir estas catastróficas previsiones es imprescindible poner a la salud primero. Para ello se necesita de una permanente inversión económica en fortalecer los sistemas de salud primaria y preventiva, lo cual tiene mucho más sentido que esperar y tratar de ponerse al día más tarde, este es un aprendizaje que muchos países han adquirido durante la pandemia de la COVID-19. Proteger a las personas ahora salva más vidas y reduce los riesgos en el futuro. También tiene sentido desde el punto de vista económico, ya que cuanto más esperemos, más aumentarán los costes a la hora de atajar las futuras problemáticas. Es por ello por lo que las instalaciones de atención medica, en sus distintos niveles, también necesitan ser seguras y permanecer operativas antes, durante y después de una situación de emergencia. En las Américas un 67% de las instalaciones de atención médica están ubicadas en áreas proclives a desastres y por tanto presentan una alta situación de vulnerabilidad, sólo en la última década, 24 millones de personas quedaron sin acceso a la atención médica durante meses debido a daños ocasionados por emergencias o catástrofes en las infraestructuras.
Otro aspecto que no debemos olvidar es que la salud humana está intrínsecamente ligada al aire que respiramos, el agua que bebemos y los alimentos que comemos. Un planeta sano es esencial para promover la salud humana. Y, sin embargo la OMS estima que cerca de 13 millones de personas mueren cada año por riesgos para la salud relacionados con el medioambiente, incluidas las siete millones de muertes anuales que produce solo la contaminación del aire. De hecho, el 91% de la población mundial respira aire contaminado, 2100 millones de personas carecen de agua potable, 2000 millones carecen de acceso a servicios sanitarios y 2000 millones sufren alguna forma de malnutrición. Los avances en materia de salud logrados en los últimos 50 años de desarrollo económico mundial podrían revertirse a consecuencia del cambio climático y la degradación ambiental y la pérdida de biodiversidad. Y la reversión afectaría sobre todo a los grupos más desfavorecidos: personas pobres y marginadas, así como mujeres, niños y niñas.
Las oportunidades de emprender acciones que beneficien simultáneamente al clima y a la salud son significativas, al igual que las ventajas socioeconómicas del aumento de la salud y la productividad. Entre tales acciones se incluyen las siguientes:
- Reforzar los sistemas de energías renovables, como la eólica y la solar, para reducir las emisiones de dióxido de carbono y las enfermedades respiratorias asociadas a la contaminación atmosférica urbana.
- Extender los bosques para aumentar su capacidad de absorción de dióxido de carbono de la atmósfera.
- Cambiar el sistema alimentario mundial de forma que se gestione la salud humana y la sostenibilidad medioambiental, por medio de prácticas agrícolas sostenibles e incentivos gubernamentales que promuevan las dietas saludables.
- Adoptar un enfoque de planificación urbana centrado en la salud, incluida la movilidad activa y ecológica.
- Cambiar el estilo de vida, por ejemplo: fomentar prácticas de consumo responsable, practicar la eficiencia energética en el trabajo y en el hogar, montar en bicicleta, utilizar el transporte público y reducir los viajes en avión, etc.,